Su-ming Khoo and Mayara Floss
Traducción Jacqueline Ponzo
Una sombra se cierne sobre los intentos por comprender los diferentes problemas de la pandemia de COVID-19: una sombra necropolítica que pone a algunas personas y situaciones peligrosas en un fondo oscuro, mientras que otros se destacan, en primer plano. Los activistas sociales y los profesionales de atención primaria están trabajando arduamente para ayudar a las personas a mantenerse seguras y satisfacer necesidades básicas como alimentos, agua o higiene.
Mientras tanto, los manifestantes de extrema derecha están en contra del confinamiento. Pero también parte de las clases acomodadas – que protestan desde la seguridad de sus automóviles-, los jornaleros , los conductores de Uber y los comerciantes callejeros están en contra del bloqueo, en protestas descritas como cercanas a un golpe militar. Quieren que los trabajadores vuelvan al trabajo, en contra de las recomendaciones de salud pública. Las élites quieren que la economía se vuelva a abrir, para que puedan volver a beneficiarse, mientras que los empleados precarios se debaten entre la necesidad de mantenerse a salvo y la necesidad de regresar al trabajo a falta de medios alternativos de supervivencia.
La cuestión de la supervivencia marca los “bordes” de la pandemia. Los “bordes” o fronteras (Bhattarcharya 2018) son donde los derechos y las libertades son diferentes para diferentes grupos de personas. Los límites van más allá del control de la migración o de las diferencias entre el “norte global” y el “sur global”. Estos bordes se ubican dentro de los Estados, dentro de las instituciones públicas e incluso dentro de la esfera pública.
Brasil se está convirtiendo rápidamente en un líder en la horrible inversión del ideal de justicia que se está desarrollando en todo el mundo: los últimos son los primeros en experimentar la peor parte del mal, el miedo, la inseguridad y la muerte en masa. Los supuestos necropolíticos se ejecutan a través de los modelos “científicos” actuales y las concepciones de la sociedad, especialmente aquellos que modelan la sociedad como sinónimo de “economía”. Las estadísticas agregadas de monitoreo de pandemias ofrecen un lenguaje universal globalizado de una sola “población” o “economía”. La ciencia, el derecho y la ética son cómplices cuando se universalizan en formas que ocultan preguntas preocupantes sobre quién o qué se mantiene vivo, mientras que otros se dejan morir.
La cuarentena y el confinamiento son especialmente contradictorios para los muchos que viven en los “bordes” constituidos por zonas rurales y remotas. Estos dependen de rutas de transporte precarias y arduas para obtener suministros y medicamentos, y vender los productos de su trabajo. La necropolítica de Bolsonaro se niega a ver estas realidades, ya que hace mucho tiempo rechazó las políticas basadas en evidencia para producir evidencia basada en política. El negacionismo ha sido el modus operandi de su gobierno, ya que impulsa la “reapertura” de la economía. Una sensación de incertidumbre, incluso el caos ha invadido el país que ha tenido dos ministros de salud en menos de un mes.
Los bordes no son una metáfora: cuidado y territorios
En el primer nivel de atención (atención primaria), la “frontera” consiste en las circunstancias de exposición, enfermedad y supervivencia con las cuales deben lidiar los trabajadores. En la primera línea de los servicios de salud, lo que los trabajadores están haciendo solo puede describirse como activismo de supervivencia. La sociedad no puede sobrevivir sin servicios. Se requiere activismo para mantener los servicios de salud existentes, pero el personal de salud no puede ejercer el activismo para preservar su sistema de salud, ya bajo una gran tensión antes de la pandemia, sin asegurar su propia supervivencia y la de sus comunidades . La supervivencia requiere que los trabajadores de salud sigan desafiando las políticas de negación y bloqueo del gobierno, mientras trabajan duro. El activismo de supervivencia requiere un esfuerzo diario para construir una micropolítica que resista y contrarreste las narrativas y políticas del gobierno. La supervivencia, por definición, es el acto y el hecho de sobrevivir en estas circunstancias adversas y aterradoras.
La pandemia ha puesto de manifiesto tensiones multifacéticas en los servicios de limpieza y cuidado. La primera víctima documentada de coronavirus de Brasil fue una persona empleada en limpieza, habitante de una favela. Su empleadora regresó de un viaje por Europa y quedó en cuarentena por sospecha de infección. Ella olvidó informar o proteger a su limpiadora, una mujer de 63 años, que posteriormente contrajo COVID-19 y murió. En el norte de Brasil, el alcalde de Pará ha eximido a los limpiadores domésticos “esenciales” de las restricciones de circulación. Las personas empleadas en limpieza enfrentan una contradicción. Sus empleadores más ricos sienten que es esencial tener limpiadores (generalmente mujeres negras) que vengan a limpiar sus casas. Pero viajar a la casa de un empleador significa exponerse a los riesgos de llevar el virus al hogar, y tener niños en cuarentena en la casa propia requiere que alguien esté allí para cuidarlos.
El “borde” que marca el descuido de los cuidados y de los cuidadores es también significativo en el sector de la salud. Muchas muertes por COVID-19 han quedado sin registrar debido a la falta de pruebas diagnósticas. Es bien conocido que los servicios de salud son una fuente enormemente riesgosa para la infección así como la incidencia de casos letales no contados (Por otra parte es bien conocido que los servicios de salud son una fuente de alto riesgo de infección y de casos letales no contados). La falta de EPP para los profesionales de la salud se ha denunciado en todo el mundo, pero se ha dicho menos sobre la protección de recepcionistas, limpiadores, guardias de seguridad y otros, que también precisan equipos de protección. El trabajo de los cuidadores tiende a ser mal pagado, precario y realizado por personas que tienen que viajar largas distancias para llegar a su trabajo. Los pacientes destacan en la conciencia de todos como “preciosos”, vulnerables y que necesitan protección, pero muchos trabajadores que los cuidan están de alguna manera al límite, en la visión periférica de los debates sobre seguridad.
El respeto, no solo el equipo de protección personal, es escaso. Muchas personas involucradas en el ámbito de los cuidados carecen de la protección que conlleva ser notado, respetado y no pobre. Demasiados trabajadores están en los bordes del sistema de salud, apenas se notan, incluso cuando están allí. La semana pasada Mayara atendió a una paciente, cuyo trabajo es entregar comida a los pacientes del hospital, con síntomas parecidos a la gripe. El empleador recién le había proporcionado EPP a principios de mayo, cuando la pandemia ya estaba alcanzando su punto máximo. La paciente tenía miedo y se preguntaba si los pacientes del hospital a quienes había entregado comida cuando estaba sin protección tendrían el coronavirus.
Trabajadoras y trabajadores que se desempeñan en alimentación y limpieza corren un gran riesgo porque el trabajo asociado con estas tareas es necesario para la supervivencia, pero al mismo tiempo es de bajo estatus, por lo tanto mal remunerado y, además, estigmatizado. Tal trabajo generalmente lo realizan mujeres, especialmente mujeres negras. Al principio, los epidemiólogos declararon que la comida no era un vector del virus, pero las manos lo son y muchas manos fueron descuidadas en ese análisis, especialmente aquellas que realizan trabajos menos visibles y de menor reconocimiento. Hacer y entregar alimentos y limpiar antes y después de que las personas coman y limpiar después de que los alimentos hayan sido digeridos, todo eso es trabajo de alguien, y es un trabajo esencial para la supervivencia. El virus nos recuerda que los humanos no podemos sobrevivir solos, y la limpieza importa mucho más de lo que a muchos les gustaría admitir, desde los empleados domésticos que limpian las casas de los ricos hasta los limpiadores que permanecen invisibles en las historias de heroísmo médico y de enfermería, pero que son esenciales para luchar contra COVID-19.
Los brasileños de las clases acomodadas en áreas metropolitanas se benefician del distanciamiento físico efectivo, independientemente de las medidas y consejos del gobierno, porque su privilegio es el distanciamiento social, algo que no está disponible para las personas más pobres que viven en favelas y en zonas rurales y remotas. Parece absurdo tener que señalar que Brasil es un país muy grande, pero en la región del norte de Amazonas, la distancia entre la capital del estado Manaos y su ciudad más lejana, São Gabriel da Cachoeira, es de 853 km.
El 90% de los habitantes de São Gabriel da Cachoeira son indígenas de 23 grupos étnicos diferentes. Esta zona es la entrada al territorio indígena yanomami, un área de aproximadamente 10 millones de hectáreas que comparte fronteras con Venezuela y Colombia. Esto significa que la región había estado recibiendo muchos inmigrantes antes de que se cerrara la frontera debido a COVID-19. La cama de UCI más cercana para los 45.000 habitantes de São Gabriel da Cachoeira se encuentra en Manaus. El transporte aéreo y fluvial de pasajeros se ha suspendido, pero esta medida de confinamiento está empujando a las poblaciones remotas a un aislamiento más peligroso que seguro. El cierre del transporte fluvial y aéreo también impide el movimiento del personal de salud, medicamentos y EPP.
Se dispone de muy poca información sobre cómo las personas están siendo afectadas y quienes han podido llegar a Manaus para recibir tratamiento en la UCI, aunque se ha informado que las instalaciones de Manaus están colapsadas. La capital del estado, São Gabriel da Cachoeira, no está mejor y también enfrenta un colapso sistémico de la salud. Las reservas de oxígeno se están agotando para los siete ventiladores que hay allí. No se ha construido un hospital de campaña. Toda la región ha sufrido los efectos ambientales a largo plazo del deterioro de la biomasa y las quemas de selva amazónica mucho antes de que comenzara la pandemia. Esto ha empeorado las condiciones para la salud respiratoria, haciendo que las personas sean más susceptibles a contraer enfermedades.
La deforestación y la quema no han disminuido porque haya comenzado la pandemia de COVID-19. Por el contrario, la deforestación está alcanzando sus picos más altos después de que el Ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, anunciara que la pandemia COVID-19 ofrece un momento ideal para reducir la protección legal de la selva tropical y promover la ganadería. El lenguaje violentamente misógino que Bolsonaro usa para describir el Amazonas es espantoso, declarando que Brasil es “una virgen que todo pervertido quiere“.
Mientras tanto, a los reporteros en Manaus no se les ha permitido filmar entierros públicos, pero han circulado informes de que los sepultureros estaban trabajando sin EPP mientras estaban empapados por fuertes lluvias. En la cercana ciudad de Tabatinga, Milena Kokama, directora de la Federación Popular de Kokama, describió largas demoras en el traslado de pacientes porque no hay una UCI aérea en el municipio. A fecha de 12 de mayo había 77 muertes registradas y personas de 34 grupos étnicos indígenas habían sido expuestos al coronavirus en Brasil.
Supervivencia más allá de los bordes
La escasez de unidades aéreas de apoyo a la salud plantea la difícil y delicada cuestión de qué hacer con los pueblos “no contactados” más allá de los límites del sistema de salud. Para los no contactados que viven más allá de los límites, es su “emergencia” de la falta de contacto lo que podría ser la verdadera emergencia, lo que hace que la emergencia actual sea poco probable que sobrevivan. FUNAI, la agencia de asuntos indígenas de Brasil, tiene una política de larga data contra el contacto con grupos aislados como una medida básica para garantizar su supervivencia.
La pandemia puede estar abriendo el camino para un plan de contacto de “aviación misionera” por parte de agencias evangélicas cristianas en contravención de la política de “no contacto”. La transmisión de nuevas enfermedades a personas aisladas en el remoto Amazonas occidental corre el riesgo de eliminarlas por completo con el pretexto de “ayudarlas”. Bajo la cobertura de COVID-19, el gobierno está relajando las restricciones de no contacto mientras tiene poca consideración por las consecuencias.
Los bordes de la pandemia son esa encrucijada donde equipos de salud, cuidadores, gobiernos locales y comunidades están tratando de encontrar solución a diversos problemas y necesidades imprescindibles para la vida. Los espacios de decisión y acción son tensos y limitados. El objetivo inmediato es seguir adelante y esto constituye una cuestión de supervivencia para personas y para comunidades enteras. Las personas se enfrentan a sus propios límites corporales: enfermarse, tener hambre, experimentar terror y agotamiento. En los bordes de la pandemia, en franjas geográficas donde el cuidado escasea, donde los ingresos son bajos y la vulnerabilidad alta, nadie está a salvo y existe la sensación de que el amor, por importante que sea, no es suficiente.
Mayara Floss es residente de medicina familiar en una unidad de atención primaria de salud del SUS en Brasil, también está involucrada en el acceso y la atención de la población rural y la salud planetaria. Su-ming Khoo es profesora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Irlanda, Galway. Mayara y Su-ming están trabajando juntas en un proyecto sobre “activismo de supervivencia”.